martes, 30 de marzo de 2010

-EL SACERDOCIO- y los niños.

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“Toda promesa de cumplir lo imposible, carece de fuerza obligatoria”

El sacerdote no acepta el celibato por amor al celibato, sino porque solo de esa manera es admitido en las sagradas ordenes. Su voto no procede de su voluntad; le es impuesto por la iglesia, de buen o mal grado, a aceptar esa pesada condición. Sin la cual, no puede ejercer funciones sacerdotales.

¿Es con el propósito de orientar su vida en una dirección que el sacerdote asume ciertas obligaciones y hace determinadas promesas?.

El ególatra no cultivado solo desea aquello que desea. Dadle una educación religiosa y le parecerá evidente, se le hará axiomático que lo que “el” desea es lo que Dios desea. Que su causa es la causa de lo que el entiende por iglesia verdadera, y cuando es un “orador”, con la magia de su palabra y su voz de oro, que persuade a sus oyentes de la justicia de una causa que no es justa, quedamos seriamente afectados.

La condición religiosa constituye una pasión muy compleja que permite a quienes la ejercen desenvolverse con satisfacción en su mundo. Pueden admirarse a si mismos y aborrecer a sus vecinos, pueden ambicionar el poder y el dinero, pueden gozar de los placeres de la agresión y la crueldad, convirtiendo esos vicios en actos de heroísmo.


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